2006/05/29

La expulsión de Ayaan Hirsi Ali

"De Holanda al País Vasco, las sociedades del miedo exhiben siempre las mismas manifestaciones: a quien se aísla es al perseguido, al amenazado por sus ideas, porque altera el orden, aunque sea el orden del miedo."
Por respeto a la autora y al periódico, hemos intentado omitir algo de este artículo que hoy publica Beatriz M. de Murguía en el diario La Crónica de México, pero la verdad es que no hemos sido capaces; es demasiado bueno; esperamos que nos disculpen.

La diputada Hirsi Ali
Por Beatriz M. de Murguía

Lunes 29 de mayo de 2006

Ayaan Hirsi Ali, refugiada de origen somalí y diputada holandesa hasta hace unos días, no es ya ni diputada ni holandesa. La ministra de inmigración, Rita Verdonk, militante del Partido Liberal (VVD) y que tiene a bien no andarse con tonterías en la tarea que le ocupa, le ha retirado a su compañera de partido el pasaporte holandés: la razón es que en su momento, cuando Hirsi Ali solicitó asilo en 1992, cometió la falta imperdonable de cambiar su fecha de nacimiento (escribió 1967 en lugar de 1969) y su apellido. No han valido de nada las explicaciones de la ya ex diputada y quienes le apoyan: que lo hizo por temor a que su padre, un destacado político somalí, le localizara y obligara a contraer matrimonio con un primo residente en Canadá al que no conocía y que el falseamiento de esos datos en su petición de asilo era cosa pública desde hace cuatro años, cuando ella lo dio a conocer a los miembros de su partido y al país. Ni el apoyo mostrado por el primer ministro y otros altos cargos del gobierno a la causa de Hirsi Ali, a favor de la interpretación discrecional que las leyes migratorias permiten en casos así, han logrado que Rita Verdonk dé marcha atrás a una decisión de mucho mayor calado político que la simple retirada de la ciudadanía holandesa a una refugiada somalí; como mucho, aceptó veinticuatro horas después a petición del Parlamento, estaría dispuesta a considerar una nueva solicitud de naturalización.
La verdad es que poco importa si, como algunos explican, la intransigencia de la ministra es parte de su campaña política hacia la jefatura de gobierno: la, en la práctica, expulsión de Hirsi Ali de Holanda le situaría, en materia de inmigración, en un terreno de nadie que podría granjearle las simpatías de quienes, desde la izquierda bienpensante (y ahora partidaria del laissez-faire en materia de derechos humanos) y el islamismo menos integrador, aborrecen la actitud política de esta refugiada somalí dedicada a la crítica frontal del papel reservado a las mujeres en las comunidades musulmanes holandesas en particular y en el resto del mundo islámico en general. Hirsi Ali vive rodeada de guardaespaldas desde que el asesinato en 2004 por un islamista de origen marroquí, de su amigo y cineasta Theo van Gogh, con quien había colaborado en un documental sobre la sumisión a que están sometidas las mujeres musulmanas, le advirtiera que su vida corría el mismo peligro. Desde entonces ha recibido numerosas amenazas de muerte y ha vivido a escondidas; también ha sido expulsada de su casa a petición de los vecinos, que temían que las fuertes medidas de seguridad con las que estaba obligada a vivir pusieran en peligro sus vidas. De Holanda al País Vasco, las sociedades del miedo exhiben siempre las mismas manifestaciones: a quien se aísla es al perseguido, al amenazado por sus ideas, porque altera el orden, aunque sea el orden del miedo.
Además de la tragedia personal de esta mujer, cuyo nuevo status de simple refugiada, sin pasaporte europeo, le margina a una posición sumamente vulnerable ante sus innumerables enemigos, está la ceguera de muchos gobiernos, intelectuales o periodistas europeos que hacen dejadez de los asuntos que han significado la carrera política de Hirsi Ali. No atender los “usos y costumbres” de las comunidades musulmanas que suponen una vulneración de los derechos fundamentales europeos (como los matrimonios forzados o la poligamia, por ejemplo, que reducen a nada la libertad de las mujeres) es, como señala Hirsi Ali, no sólo una práctica racista, sino también la negación de los principios con que esta Europa ha intentado construirse y que garantizan nuestra libertad personal, como individuos. Es también dejar el discurso de la inmigración en manos de la ultraderecha.
Sería de justicia que, puesto que Holanda rechaza a Hirsi Ali y es una persona amenazada mil veces de muerte por expresar sus ideas, cualquier otro país europeo, por ejemplo el de España, le ofreciera asilo político. Es poco probable que ello suceda: sus adversarios más condescendientes dicen de ella que está demasiado influida por su pasado, que de ahí su vehemencia en la denuncia del islamismo fundamentalista. Quizá la explicación de su tenacidad sea otra: que a ella le importa verdaderamente el mundo de las mujeres musulmanas, mientras que a otros (incluidos, claro está, los intelectuales que se dicen de izquierdas y son siempre tan políticamente correctos) quién sabe.

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2006/05/24

En la red y en español: "El islam a debate"


Mientras esperamos con paciencia o cachaza porcina –nunca escasa, como conviene al animal destinado a engordar– que las odiosas ocupaciones que tienen invadida la cochiquera se larguen de una vez y nos dejen rematar a gusto las siguientes entradas de este blog, nos alegra poder señalar la disponibilidad en línea de un utilísimo documento en español, el breve libro de Josh McDowell y John Gilchrist El islam a debate, traducido por Santiago Escuain y editado en su versión inglesa original en 1982. Que tenga más de veinte años es lo de menos: catorce siglos tiene su tema, que no es otro que el de los argumentos del islam contra el cristianismo.

De las muchas cosas básicas que ahí puede aprender el lector, quizá la más importante para cualquiera, y no sólo para el apologista cristiano, sea la radical falsedad de afirmar que el islam “respeta” y hace suya la tradición bíblica. ¿Cómo puede seguir circulando esa burda patraña? Pues como tantas otras, oink.

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