2006/06/30

Martinito sietemesino

Martinito ha cumplido siete meses, que es una edad tan buena como cualquier otra para hacerse esas sonoras preguntas de adónde vamos y de dónde venimos.

Alguno de nuestros lectores fieles -gracias- quizá se sorprenda de que últimamente hablemos más de lo que sucede en España que de la amenaza islámica. También a nosotros nos ha sorprendido un tanto, no lo que está sucediendo en nuestro país, que tristemente nos lo temíamos, sino su velocidad y su brutalidad.

Queremos la libertad. Queremos que no nos la quiten. La queremos para nosotros y para los demás. La queremos también para los muchos millones de musulmanes que no pueden ni imaginarla: véase el post con que empezamos este blog.

Los españoles la conocemos, pero estamos a pique de perderla; y no precisamente a manos del islam, sino antes, mucho antes de que aquí prolifere la media luna. Estamos a pique de perderla porque entre los españoles hay unos que saben lo que cuesta, pero hay otros que creen que no cuesta nada, que creen que está ahí y siempre estará, más o menos como el aire que corre solo por montes y cañadas. Y también porque hay otros españoles que no la quieren porque es un estorbo para sus grandiosos proyectos.

El califato universal es uno de esos proyectos grandiosos; pasaría, nos lo dicen y es hora de que tomemos en serio esa sentida aspiración, por la recuperación de Al-Andalus, que somos nosotros, para la umma. A menor escala territorial, Euskal-Herría es otro proyecto grandioso, qué duda cabe; y los Países Catalanes otro, no faltaba más; y la construcción de una nación andaluza inspirada en el legado andalusí ideologizado por Blas Infante o por quien se tercie; etc., etc. La España "nación de naciones", nada menos.

Hay una llamativa coincidencia en todos esos grandes proyectos, y es que todos son necesariamente totalitarios. Durante largo tiempo preferimos apartar la vista de la esencia totalitaria de todo nacionalismo, pero la realidad es tozuda, como lo es su hijo el sentido común. Si el sujeto de derechos es la nación, la tribu o la comunidad de los creyentes, entonces el sujeto de derechos no es el individuo; como en los westerns, no hay sitio para los dos en el Oeste.

Bueno, se dirá alguno, cabe un arreglo: el sujeto de derechos es la nación, la tribu o la comunidad, pero yo, el individuo, puedo contentarme y vivir tranquilo con la parte de esos derechos colectivos que me corresponda. Ah, no, amigo mío, no, no hay tal. No hay tal porque "nación", "tribu", "comunidad", son maneras de hablar, abreviaturas, entes de razón, cosas que no piensan porque en rigor no existen. Existen otros individuos, que en nombre de esas entelequias harán con usted lo que les dé la gana. En primer lugar, suprimirle si se atreve a disentir.

¿Por qué, santo Job, habrá que recordar todo esto después de todo un siglo, y más, de experiencias transparentes? ¿Quizá porque se inventó la televisión? ¿Quizá porque estudiar resulta fatigoso? ¿Quizá porque también la libertad implica un trabajo? ¿Trabajar? ¡Qué horror! Vade retro.

De modo que aquí estamos, arrullados por la simpática idea de que todos los conflictos que amargaron la vida de las generaciones que nos precedieron tenían una solución muy sencilla: la paz del que se rinde. ¿Cómo no se les ocurrió?

Otro día hablaremos de las delicias éticas del pacifismo. Hoy Martinito sietemesino sólo quiere señalar que España todavía tiene libertad, pero está a punto de no tenerla; porque no hay nada, nada lo que se dice nada, que sostenga nuestra libertad fuera de la voluntad común de regirnos por una ley común. Se puede modificar esa ley; pero no por el procedimiento de hacer de ella papel mojado, o papel usado en cierto sitio, que es lo que se está haciendo. O sea, modificar no es tirar a la taza del WC y darle "a la bomba", como en algunas de nuestras regiones llaman, mire usted por dónde, a la cisterna.

¿Y el islamismo, a todo esto? Bueno, gracias. El islamismo, feliz, si lo que encuentra en la puerta de entrada al continente europeo no es una nación de ciudadanos libres, unidos por unos principios y una historia, activos, ilusionados y deseosos de un futuro común, sino un despiece de tribus entretenidas en el odio mutuo, la búsqueda de la pela -perdón, del euro mientras no nos echen del sistema- y el suave adormecimiento de la "realidad virtual" en sus incontables variantes (siempre en la lengua comarcal, claro).

Sigamos, los que tenemos la manía de la libertad. Gracias por leernos.

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