2017/09/08

El padre Feijóo habla de sunníes y chiíes








Lo que he dicho arriba, que la oposición de dos naciones viene de las guerras, y hostilidades, que recíprocamente se han hecho, se debe entender por lo común, y no con la exclusión de que tal vez intervenga otra causa. Vése esto en la oposición de los turcos [léase: sunníes] con los persas [léase: chiíes], la cual es la más enconada que hay en el mundo entre naciones diferentes. Siendo tanta la ojeriza que los turcos tienen con los cristianos, es sin comparación mayor su aversión a los persas. Ningún oprobio les parece bastante para exprimir [léase: expresar] el desprecio que deben hacer de aquella nación. Esto llega a la extravagancia de ser entre ellos como proverbio, que la lengua turca ha de ser la única que se hable en el Paraíso, y la persiana en el Infierno.

Todo este encono nace únicamente de diferencia en materia de religión. Siendo todos mahometanos, se tratan recíprocamente como herejes. Mutuamente se imputan haber corrompido algunos textos del Alcorán; como si aquel disparatadísimo libro fuese capaz de más corrupción que la que trae de su original. Pero el punto capital de la disensión está en que los turcos veneran a Abubequer, Othman, y Omar, como que fueron los tres primeros califas, o pontífices sumos, sucesores de Mahoma; los persas les niegan este carácter, y colocan por primer califa a Alí, primo hermano, y yerno de Mahoma.

Por divertir al lector con una cosa graciosa, y para que vea el horror que tienen los turcos a los persas, pondré aquí la conclusión de la bula de anatema, que contra ellos expidió el Musti Esad Efendi, y la trae en el segundo libro de su Historia del Imperio Othomano el señor Rikaut, que dice haberla copiado de un manuscrito antiguo, que halló en Constantinopla. Después de enumerar el Musti Othomano los capítulos por donde los persas son herejes, y malditos de Dios, prosigue así: Por lo cual claramente conocemos que vosotros sois los más pertinaces, y pestilentes enemigos nuestros que hay en todo el mundo, pues sois más crueles para nosotros que los Jecidas, los Kiasiros, los Zindikos, y los Durzianos; y por comprehenderlo todo en una palabra, vosotros sois el compendio de todas las maldades, y delitos. Cualquiera cristiano, o judío puede tener esperanza de ser algún tiempo verdadero fiel; pero vosotros no podéis esperar esto. Por tanto yo, en virtud de la autoridad que recibí del mismo Mahoma, en consideración de vuestra infidelidad, y vuestras maldades, abierta, y claramente defino, que a cualquiera fiel, de cualquiera nación que sea, le es lícito mataros, destruiros, y exterminaros. Si aquel que mata a un cristiano rebelde hace una obra grata a Dios; el que mata a un persa hace un mérito que merece setenta veces mayor premio. Espero también que la Divina Majestad en el día del Juicio os ha de obligar a servir a los judíos, y llevarlos a cuestas, a manera de jumentos suyos; y que aquella nación infeliz, que es el oprobio de todo el mundo, ha de montar sobre vosotros, y a espolazos os ha de encaminar a toda priesa al Infierno. Espero, en fin, que muy presto seréis destruidos por nosotros, por los tártaros, por los indios, y por nuestros hermanos, y colegas de religión los árabes. Pensamientos, y amenazas dignas de un sectario de Mahoma. El caso es, que esta terrible excomunión parece que fue oración de salud para los persas, pues después acá, en los encuentros que se han ofrecido, por la mayor parte dieron en la cabeza a los turcos. ¿A quién no moverá a risa ver con cuánta satisfacción de la buena causa que defienden, se capitulan unos a otros sobre puntos de religión aquellos bárbaros?

Quis ferat Gracchos de seditione querentes?



Benito Jerónimo Feijoo, Teatro crítico universal , vol. II, Madrid, 1773: Discurso IX, Antipatía de franceses, y españoles, págs. 227-228.