2006/03/26

La Casa de la Tregua

¡Albricias, el sitio Coranix vuelve a existir! Lo celebramos, le deseamos larga vida y seguimos consultándolo. Bajo el título “La casa oculta del islam” resumieron en esta página el artículo “El islam, el Corán, el islamismo”, que el teólogo Arnaud de Foucauld había publicado en 2002, a raíz del 11-S. Extractamos lo que sigue, dando en letra menor una selección de los comentarios de Coranix y en letra de tamaño normal las citas de Foucauld.

(...) Con el artículo de Arnaud de Foucauld vamos a abordar una de las numerosas “caras ocultas” del islam, esa que los musulmanes llaman “Dar el Sulh”. Es la “tercera casa del islam”, aquella de la que no se habla nunca, o muy poco. Sin embargo, es una de las claves de la yihad, la guerra de conquista que los musulmanes desarrollan desde siempre contra el mundo entero.
Hemos mencionado ya las otras dos “casas” (Dar al Islam, casa del islam, y Dar al Harb, casa de la guerra), pero debemos prestar especial atención a esta “casa oculta”, porque esta casa... ¡es la nuestra!
La obra de la que está sacado este artículo se titula “Chronique de l’année 2001”. Ha sido escrita bajo la dirección de Bruno Larebière con la colaboración de Michel Marmin. Éditions Chronique-Dargaud, s.a. Depósito legal: enero de 2002 – ISBN: 2205-05317-5.

La crisis desencadenada por los atentados del 11 de septiembre reclama una reflexión simple y tomas de posición rápidas. Cualesquiera que sean esas tomas de posición, debemos suspender todo juicio, que estaría falseado por la urgencia y la dramatización. La primerísima pregunta que se plantea en todas partes es la de la guerra santa, la de la yihad. ¿Es una herejía de fanáticos? ¿Es un mandamiento del Corán? De la respuesta a esta pregunta dependen el carácter del terrorismo y las respuestas que se le puedan dar. ¿Qué dice el Corán? Vamos a citar algunas suras, según la traducción de R. Khawan (Éditions Maisonneuve et Larose, 1990). Esta traducción está hecha a partir del texto considerado “oficial” por las autoridades religiosas de El Cairo.

“Los creyentes que se quedan en casa -salvo los enfermos- no tienen el mismo rango que los que despliegan todos sus esfuerzos en la vía de Dios, utilizando su hacienda y su persona en la guerra santa... Dios ha reservado una recompensa muy grande a quienes despliegan todos sus esfuerzos para la guerra santa.” (C 4:95)

“Dios ha comprado a los creyentes sus personas y su hacienda, reservándoles a cambio el Paraíso. Combaten en la vía de Dios. Matan a los enemigos y son muertos por ellos. Es una promesa verdadera, hecha por Dios en la Torá, el Evangelio y el Corán.” (C 9:111)

“¡Oh los que habéis creído! ¡Combatid contra los incrédulos que están en territorio adyacente al vuestro! Que encuentren en vosotros rigor.” (C 9:123)

Es interesante oponer a estas citas una declaración del señor Chouraqui en el Figaro del 19 de septiembre: “La palabra yihad significa ‘esfuerzo’, esfuerzo para realizar la Alianza. Es justamente lo contrario de lo que nos proponen los islamistas. No hay ni puede haber guerra santa. La palabra yihad ha sido tergiversada, y el esfuerzo que el creyente debe hacer consiste ante todo en integrar en su vida los valores de amor de la Alianza, los de los diez mandamientos, ¡no la guerra!”.

El señor Chouraqui conoce a fondo el Corán, mejor que el autor de estas líneas; pero el sentido común caro a Descartes es también una guía muy segura. Cuando se da a la palabra “yihad” el sentido primero de esfuerzo por cumplir mandamientos no se puede hacer de ello un argumento para negar la guerra santa. De hecho, tan pronto como se proclama la yihad en alguna parte, en Afganistán, en Pakistán o donde sea, mil millones de musulmanes comprenden de inmediato que se trata de la guerra santa. Es verdad que el Corán contiene muchas afirmaciones breves y desprovistas de explicación. Así, para la guerra santa no se precisa si se trata de ataque o de legítima defensa. Sólo cabe recordar las guerras de conquista de los califas y de los sultanes. Cabe recordar también que el propio Mahoma tuvo tanto de caudillo de guerra como de profeta, legitimando lo uno por lo otro. Cabe recordar, en fin, la matanza de los judíos de Medina hacia el año 627.

Volvamos a releer el Corán. “Hay para vosotros un modelo perfecto en la persona de Abraham y en los que estaban con él, cuando dijeron a su pueblo: Somos inocentes de la manera en que os conducís y de lo que adoráis, ajeno a Dios. Hemos renegado de vosotros. Ha aparecido entre vosotros y nosotros la hostilidad y la aversión para siempre, a menos que creáis en Dios solo.” (C 60:4). Es muy posible que el Corán contemple una vida apacible, fraternal y caritativa en el seno de la comunidad musulmana. Pero en las fronteras de esa comunidad la cosa es muy distinta.
(...)

Más adelante, escribe Coranix, el artículo de Foucauld define

los “tres estados diferenciados” de la comunidad islámica en el mundo. Son las famosas “casas”. Encontramos aquí la definición precisa de la “casa oculta”, la que corresponde a las regiones del mundo en las que los musulmanes, considerándose demasiado débiles para imponer su voluntad, transigen con los poderes constituidos mientras llega el momento de pasar a la ofensiva.

En la práctica, ¿cómo aclarar el problema sin entrar en críticas históricas o teológicas cuya duración indefinida no se corresponde para nada con la situación actual? El Atlas des religions editado por Perrin-Mame en 1999 nos ofrece una pista (p. 93). Señalemos que esta obra, firmada entre otros por Khattar Abou Diab, del Centre de l’Orient Contemporain, y Sari Ali Hajjedine, del Institut Musulman de París, no se puede considerar ni hostil ni extraña al espíritu del islam.

Más allá de las fronteras, los musulmanes tienen conciencia de formar una sola comunidad, la Umma, que recuerda este versículo del Corán: “Sois la mejor comunidad que haya surgido entre los hombres. Ordenáis el bien, prohibís el mal, creéis en Dios” (C 3:10 ¿Buen ejemplo de integrismo?). Pues bien, nos dice el Atlas des religions que esta comunidad única conoce tres estados diferenciados:

1. La Casa del Islam (Dar al Islam). En estas regiones el islam es mayoritario, tiene el poder político y aplica las reglas y leyes del Corán. Ejemplo: Arabia Saudita. Aquí no se tolera la menor crítica de la enseñanza de Mahoma ni se puede expresar ninguna otra concepción filosófica o religiosa.

2. La Casa de la Guerra (Dar al Harb). Son los países donde el islam se encuentra lo bastante fuerte para lanzarse a la conquista del poder. Ejemplos: Sudán o Mindanao en Filipinas. En estos países la guerra santa está a la orden del día, haya sido proclamada o no.

3. La Casa de la Tregua (Dar el Sulh). En estas regiones los musulmanes, demasiado débiles, pactan con los poderes constituidos y observan las leyes de éstos.

Normalmente, los moderados se colocan por delante en la Casa de la Tregua (Dar el Sulh) y los integristas dirigen la Casa de la Guerra (Dar al Harb). En la Casa del Islam (Dar al Islam) las autoridades religiosas se erigen en guardianas de la unidad de la comunidad, tranquilas e intransigentes. Esta distinción de las Tres Casas puede ayudarnos a entender que los integristas dejen la palabra a los moderados en situación de debilidad o en caso de derrota, mientras que Arabia Saudita puede a la vez desmarcarse oficialmente del terrorismo y financiar discretamente a Bin Laden. De la misma manera, Yasser Arafat puede aparentar que busca la paz y distribuir entre los escolares libros de geografía donde se niega la existencia del estado de Israel. Todos, moderados, integristas y terroristas, se encuentran en la peregrinación a La Meca y están fundamentalmente de acuerdo. Y todo el mundo es absolutamente sincero, al menos tanto como nuestros diplomáticos.

Comenta Coranix:

La palabra “tregua” está bien escogida. Una tregua es una pausa en las hostilidades. Para los occidentales es una pausa que permite buscar una solución pacífica. Para los mahometanos es sobre todo una pausa que permite reorganizarse para vencer. Basta remitirse a la historia, muy real, del “profeta” para saber que jamás respetó una sola tregua. Fue incluso gracias a una “tregua” (hudna) concluida cuando estaba en posición de debilidad como logró aplastar la ciudad de La Meca dos años más tarde, tan pronto como acabó de reorganizarse y pasó a ser el más fuerte. Buen ejemplo de lo que cabe esperar de personas que reconocen abiertamente a Mahoma como su “bello modelo”...
No olvidemos que el Corán ordena (47:35): “No invitéis a los infieles a la paz cuando sois más fuertes que ellos y Dios está con vosotros”.

Por lo demás, el análisis de Arnaud de Foucauld (...) demuestra cómo los “moderados” les hacen el juego a los integristas adormeciendo a las autoridades políticas y religiosas de los territorios codiciados.
Un método de adormecimiento que utilizan los musulmanes consiste en no utilizar la expresión casa de la tregua, en la que los no musulmanes podrían llegar a recelar intenciones belicosas. A Dar el Sulh ciertos propagandistas prefieren la expresión mucho más anodina Dar ad-Da’wa, “casa de la predicación” o “casa del testimonio”.
Es destacadamente el caso de Tariq Ramdán, como explica Paul Landau en su libro Le Sabre et le Coran: “(Tariq Ramadán) toma prestada esta expresión del jeque Faysal Maoulaoui, vicepresidente del Consejo Europeo de Fetuas, quien explica que ‘estamos [los musulmanes] en una casa de da’wa, como estaban el Profeta y los musulmanes en La Meca antes de la hégira. La Meca no era ni dar al-islam ni dar al-harb, sino que era dar ad-da’wa, y toda la Península Arábiga era, a los ojos de los musulmanes, dar ad-da’wa'.
Este concepto remite así, como siempre en la doctrina islamista, al período del Profeta, considerado modelo y fuente de inspiración para toda la historia de la humanidad. La significación de este concepto es que los musulmanes de Occidente están hoy en la situación en que se encontraba el Profeta en La Meca: para ellos se trata de extender el mensaje del islam por medios pacíficos. Esta referencia al período mecano se justifica por la situación minoritaria de los musulmanes: no estando en condiciones de imponer el islam por la fuerza de las armas, deben contentarse con propagarlo por medios no militares, esto es, por la da’wa. En cualquier caso, no se trata simplemente de hacer proselitismo religioso: el objetivo final sigue siendo, en efecto, la conquista del poder, obsesión del movimiento islamista de los Hermanos Musulmanes.”

Europa es un ejemplo típico de “casa de la tregua”. Es el espacio territorial que los musulmanes codician desde el siglo VIII de nuestra era, y que no siempre han renunciado a reconquistar. Ídem de la parte de Asia que todavía se les escapa.
¡Y la tregua puede no ser muy larga!
Porque es verdad que el “choque de civilizaciones” existe y no para de causar estragos. (...)
Palabras del ministro Michel Barnier a propósito del secuestro de dos periodistas franceses en Irak: “Este secuestro es incomprensible, habida cuenta de que se trata de la sociedad francesa (...). Es incomprensible porque mi país siempre ha rechazado el choque entre el islam y Occidente...”
Aparte de las explicaciones que da Arnaud de Foucauld, hay que reconocer que esta forma banal de negacionismo reside, como no nos cansamos de repetir, en el desconocimiento de la cultura arábigo-musulmana y de ese libro diabólico que es el Corán. Es lo que Arnaud de Foucauld acaba diciendo en su párrafo de conclusión, al hablar de nuestra “ignorancia de las otras comunidades humanas”.

Porque en los países musulmanes no se puede hablar por separado de religión, de cultura y de política. El islam es unitario: un Dios, un Profeta, un Libro, una Ley que es a la vez religiosa, política y social. Esa unidad, sin embargo, es difícil de ver: es flexible, informal. Desprovisto de clero y de dogmas, prohibiendo las imágenes sagradas, el islam no da imagen de sí mismo. En la crisis actual, no podremos saber jamás si estamos frente a una minoría, si se trata de una guerra de religión o de una lucha entre pobres y ricos, entre una tradición antigua y absoluta y un progreso que duda de sí mismo. Será siempre un poco de todo eso. Cuando nuestro ministro de asuntos exteriores desea “evitar un choque de civilizaciones” (Figaro del 17/09 [de 2001]), no expresa un deseo, niega un hecho.

¿Por qué esa negación tan extendida entre nosotros, sostenida confusamente por religiosos, intelectuales, políticos? Es que es muy posible que aceptar al otro tal como es sea más difícil de lo que se dice. En L’Illusion économique, Emmanuel Todd escribe: “Tenemos que reconocer la existencia, en el corazón del ser humano, de un programa de negación de la realidad capaz de generar la ilusión necesaria para la vida” (p. 380). Y la confrontación con el islam nos obliga a pensar en las elecciones que hacemos sin formularlas ni expresarlas. Todd subraya aquí, siguiendo a Freud, que el inconsciente ignora su propia muerte. ¿La ignorancia voluntaria es un refugio en el inconsciente que utilizamos con demasiada facilidad para nuestra comodidad y nuestros placeres? La fuerza de los creyentes del islam está en mirar a la muerte de frente, como antiguamente nuestros antepasados cristianos. “La vida en el mundo de aquí abajo no es más que juego y distracción. Para los piadosos es un bien a la vista de la morada de los Últimos Fines. ¿No lo comprendéis?” (C 6:32)

Ésa es una de las conclusiones del Corán. Los terroristas nos ofrecen ejemplos que nos revuelven. Pero ¿somos capaces de reflexionar sobre ello sin recurrir al tópico del fanatismo? Si la respuesta es no, jamás entenderemos el islam, y todas nuestras llamadas a la tolerancia no serán más que camelo, palabrería de viajante de comercio. Los pueblos del islam merecen algo mejor.

En cuanto a nosotros, los “occidentales”, nuestra inconsciencia de lo que somos condiciona nuestra ignorancia de las otras comunidades humanas, y el resultado puede ser la ruina total de nuestra civilización, a pesar de las apariencias de un triunfo mundial.

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