2008/03/25

Magdi Allam, un valiente

Víctor Gago, en el artículo que hoy dedica en Libertad Digital a la sonora conversión de Magdi Allam, alude a "la incompatibilidad radical del islam con los valores humanistas y liberales que fundan la forma de vida occidental". Dice bien, pero se queda corto, en las dos dimensiones de tiempo y espacio: el islam ya era incompatible con "la forma de vida occidental" antes de que surgieran lo que llamamos humanismo y liberalismo, y la historia de España y de Europa así lo refleja, si hemos de dar un mínimo crédito a la inteligencia de nuestros antepasados a lo largo de catorce siglos; y no sólo se ha demostrado incompatible con valores "occidentales", sino también "orientales", sean éstos hinduistas, budistas o confucianos.


La carta abierta de Allam en el Corriere della Sera es un documento de insólita valentía. No le hacía falta escribirla para ser reo de muerte a juicio de sus antiguos correligionarios: si la apostasía en el islam se considera un crimen capital es por su naturaleza de mal ejemplo o escándalo para la comunidad de los creyentes, y en ese sentido un bautismo en San Pedro de Roma es difícilmente superable. La valentía de la carta de Allam no está sólo en su condena del islam, sino en su denuncia de la cobardía de los cristianos frente al islam. Así de claro:

Sé bien a lo que me expongo, pero me enfrento a ello con la cabeza alta, con la espalda derecha y con la solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe. Y lo haré aún más después del gesto histórico y valeroso del Papa, quien desde que conoció mi deseo, enseguida aceptó administrarme él mismo los sacramentos de la iniciación cristiana. Su Santidad ha lanzado un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que hasta ahora ha sido demasiado prudente en la conversión de los musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría islámica y callando sobre la realidad de los convertidos en los países cristianos. Por miedo. Por el miedo de no poder ayudar a los convertidos, condenados a muerte por apostasía, y por el miedo de las represalias que podrían tener los cristianos que viven en los países islámicos. Benedicto XVI, con su testimonio, está diciendo que es necesario vencer el miedo y no tener ningún temor de afirmar la verdad sobre Jesús, también a los musulmanes.

¡Asombroso Allam! No parece sino que, decidido a ejercer la libertad profética de los hijos de Dios, le diera igual atraerse la inquina de muchos de sus nuevos compañeros en la fe proclamando ese secreto a voces que es la renuncia de la Iglesia -de la Iglesia Católica sobre todo, hay que decirlo- a evangelizar a los hermanos musulmanes. Por miedo.

Con el gesto de Allam se abren no pocos interrogantes. El más obvio es el de hasta qué punto el Vaticano, y el propio Benedicto XVI, están dispuestos a reconocer la justicia de esa denuncia y a actuar en consecuencia. Enorme cuestión donde las haya.

Pero hay otra de calibre no menor, y es la de la sostenibilidad de la libertad religiosa en nuestro propio suelo. Hasta la inmigración masiva de musulmanes a los Estados libres, la ausencia de libertad religiosa en la sociedad musulmana era sencillamente algo ubicado en otros territorios, que no nos atañía y no nos preocupaba. Craso error, porque sin esa libertad no es posible un verdadero avance de los países islámicos en lo político y en lo social, en su desarrollo y en la concordia entre sí y con el resto del mundo. Ese error sigue en pie; nuestros gobernantes, que no estadistas, no están para tales sutilezas. O mejor dicho, temen a los poderes islámicos y maldito lo que les importan las personas musulmanas. (¿A que suena raro? Personas musulmanas. Expresión poco usada.)

Ahora ya ni siquiera se trata de eso, sino de saber si nuestras libertades, en nuestros Estados soberanos, son inmunes a la presencia de comunidades que las niegan por principio; de ciudadanos a los que reconocemos el derecho de convivir con nosotros sin comulgar con nuestros derechos; de votantes y contribuyentes para los que amenazar o asesinar a un apóstata puede ser una obligación religiosa.

¿Qué vamos a hacer, en Italia o en Francia o en Noruega o en España, con los apóstatas del islam, conversos o simplemente incrédulos declarados? ¿Habilitaremos para ellos campos de concentración vigilados, cárceles de máxima seguridad? ¿Les obligaremos a callar y disimular? ¿O dejaremos que entre nosotros vaya creciendo una novedosa casta de parias sin derecho a existir? Los padres fundadores de la entidad Eurabia deberían tener alguna respuesta.


PD. Cuando escribimos lo anterior no podíamos imaginar que el gobierno de España fuera el primero en negar su protección al apóstata Allam. Véase el inteligente comentario del blog Cor ad cor loquitur, aquí.
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