Es urgente saber
Comienza así Saavedra Fajardo el comentario a la empresa XXVII de su Idea de un príncipe político cristiano (1640), que muestra al Caballo de Troya bajo el lema Specie religionis, “So pretexto de religión”:
Lo que no pudo la fuerza ni la porfía de muchos años pudo un engaño con especie de religión, introduciendo los griegos sus armas en Troya dentro del disimulado vientre de un caballo de madera, con pretexto de voto a Minerva. Ni el interno ruido de las armas, ni la advertencia de algunos ciudadanos recatados, ni el haber de entrar por los muros rotos, apenas engolfadas las naves griegas, ni el detenerse entre ellos, bastó para que el pueblo depusiese el engaño; tal es en él la fuerza de la religión. Della se valieron Scipión Africano, Lucio Sila, Quinto Sertorio, Minos, Pisístrato, Licurgo, y otros, para autorizar sus acciones y leyes, y para engañar los pueblos. Los fenicios fabricaron en Medina-Sidonia un templo en forma de fortaleza, dedicado a Hércules, diciendo que en sueños se lo había mandado. Creyeron los españoles que era culto, y fue ardid; que era piedad, y fue yugo con que religiosamente oprimieron sus cervices, y los despojaron de sus riquezas. (...) Conoce la malicia la fuerza que tiene la religión en los ánimos de los hombres, y con ella introduce sus artes, admitidas fácilmente de la simpleza del pueblo; el cual, no penetrando sus fines, cree que solamente se encamina a tener grato a Dios, para que prospere los bienes temporales, y premie después con los eternos. ¿Cuántos engaños han bebido las naciones con especie de religión, sirviendo miserablemente a cultos supersticiosos? ¿Qué serviles y sangrientas costumbres no se han introducido con ellos, en daño de la libertad, de las haciendas y de las vidas?
Nuestro gran Saavedra sigue siendo actual en esta hora, cuando los dirigentes de la catatónica Unión Europea se dejan quemar embajadas con benévola comprensión: ¡No se pueden herir los sentimientos religiosos! Y hasta hemos tenido que oír, en boca de uno de sus gerifaltes socialistas, que los cristianos harían lo mismo. Seguro.
Por cobardía, por ignorancia, por intereses inconfesados o por todo a la vez, buena parte de nuestros políticos, periodistas y otros “creadores de opinión” -eclesiásticos también- perseveran en el criminal intento de hacernos tragar por embudo, como a las ocas del Périgord, el bodrio envenenado de que el islam es una religión como cualquier otra, y en consecuencia digno de ser respetado en nuestras sociedades, cuando no investido de valores positivos. Las religiones deben ser respetadas, luego el islam también. Las religiones no deben ser atacadas ni denostadas, luego el islam tampoco. Una democracia pluralista debe admitir todas las creencias, luego también al islam.
Toda esa intoxicación deliberada cae por su base cuando se destapa la sencilla verdad de que el islam no es una religión –más bien, en ese terreno, habría que hablar de secta, como lo llamaron nuestros antepasados, o de culto supersticioso, como dice Saavedra–, sino un modelo de vida total: o sea, una ideología totalitaria. No nos cansaremos de repetirlo, y de aducir pruebas y razones: empezando por el testimonio reiterado de los propios musulmanes, que en eso al menos no engañan. Son nuestros dirigentes los que mienten, y mienten, y siguen mintiendo al respecto. Y al amparo del relativismo nihilista que hoy sustituye a la “simpleza del pueblo” de la que hablaba Saavedra, nos quieren hacer creer que una ideología política puede no sólo “aliarse” con otra, sino incrustarse dentro de otra, como pretende ese engendro neorracista que se conoce como “comunitarismo”: la sharía por barrios.
Es urgente saber aquello que en su día no nos interesó –lógicamente, dado su escaso atractivo intelectual–, que en su día no nos enseñaron y que ahora nos ocultan: qué es la ideología islámica. Sería muy propio que los impulsores de la anunciada Alianza de Civilizaciones, ya que afirman que el recelo y la hostilidad se basan en la falta de conocimiento mutuo, empezasen justamente por ahí: léanse obligatoriamente en las escuelas, en la televisión y a toda hora, en nuestros países los textos del Corán y de la Sunna, las fetuas de los ulemas, las constituciones islámicas; y en los suyos el Nuevo Testamento y los clásicos del pensamiento occidental, desde los griegos hasta hoy, sin olvidar a ninguno de los defensores de la libertad individual. Conozcámonos, sí; pero más a fondo de lo que transmiten las exposiciones de caligrafías y atauriques, la lectura de poetas lánguidos y las degustaciones de cocina libanesa. Y conozcámonos mutuamente. A ver qué pasa después.
Volveremos siempre sobre el tema, porque para eso nació este blog. Hoy invitamos a considerar la diáfana explicación que ofrece Samir Khalil Samir en su imprescindible Cien preguntas sobre el islam:
44. ¿Qué relación existe entre la ley civil y la ley religiosa, entre el Estado y la religión, tanto en el plano de los principios como en el de las aplicaciones prácticas?
El islam se presenta desde sus orígenes como un proyecto global que incluye todos los aspectos de la vida. En árabe se dice que éste es din wa-dunya, es decir, religión y sociedad, o bien din wa-dunya wa-dawla, religión, sociedad y Estado. Incluye un modo de vivir, de comportarse, de concebir el matrimonio, la familia, la educación de los hijos, y hasta un tipo de alimentación. Este sistema de vida incluye asimismo el aspecto político: el modo de organizar el Estado, el modo de actuar con los otros pueblos, el modo de conducirse en las cuestiones de guerra y de paz, el modo de relacionarse con los extranjeros, etc.
Todos estos aspectos han sido codificados a partir del Corán y de la sunna y han permanecido “congelados” durante siglos, impermeables sustancialmente a los acontecimientos de la historia y al impacto con otras realidades socioculturales. ¿Puede concebirse el islam de un modo diferente? ¿Llegará a ser posible alguna vez distinguir la religión de la cultura, de la sociedad, de la política? Éste es el desafío más radical al que tienen que hacer frente los musulmanes también en nuestra época, aunque lo sucedido hasta ahora induce a un cierto escepticismo sobre la capacidad de “repensarse a sí mismo” que tiene el islam, de aceptar una confrontación abierta con la historia.
He planteado en distintas ocasiones estas preguntas a diferentes personas musulmanas, incluso en países laicizados como Túnez, y todas me han respondido poco más o menos del mismo modo: “Es posible separar muchas cosas, pero el principio de que el islam es din wa-dunya wa-dawla, religión, sociedad y Estado, es intocable”. Y esto constituye un problema real, aunque yo creo que, antes o después, el islam deberá llegar a compromisos, porque un número cada vez mayor de musulmanes no acepta ya este modo de pensar. La incomodidad se percibe y se expresa un poco por todas partes, en particular a través de los movimientos de disentimiento en el ámbito de las clases cultas y, como hemos visto, entre los intelectuales.
Una observación final: si la ley religiosa determina la ley civil y administra la vida privada y social de todo el que vive en un contexto islámico, y si esta perspectiva tiene que permanecer inmutable como ha sucedido hasta ahora, la convivencia con quienes no pertenecen a la comunidad islámica no puede resultar más que difícil. Los que no sean musulmanes y vivan en un país islámico deberán someterse, en efecto, al sistema islámico, o vivir en una situación de sustancial intolerancia. Por otra parte, el musulmán que viva en Occidente o en algún país no islámico tendrá dificultades para adaptarse a las leyes civiles de estos países, considerándolas como algo extraño a su formación y a los dictámenes de su religión.
Naturalmente, en el plano práctico se encuentran mil arreglos y, como ocurre en la naturaleza de todo hombre, se intenta conciliar la doctrina con las necesidades dictadas por la realidad. Ahora bien, es obligatorio señalar que, mientras perdure esta rigidez en el plano de las ideas, mientras se considere intocable el ya citado principio de que el islam es religión, sociedad y Estado, todo se vuelve más difícil. *
Aunque desdichadamente no podemos compartir el discreto optimismo de Samir –en 2001–, hemos transcrito íntegra su respuesta por el respeto que merece. Para contextualizarla habría que recordar que la penalización de la apostasía anula las posibilidades de reforma real en los países islámicos. Y en cuanto a las dos situaciones de convivencia que cita, en 2006 hay que preguntarse qué va a pasar con la tercera que ya existe y crece, a saber, la de las sociedades libres donde el número de musulmanes alcanza la masa crítica suficiente para influir en las políticas locales, a través del voto, de la desobediencia o de la intimidación pura y dura. En eso estamos.
* Samir Khalil Samir, Cien preguntas sobre el islam, Madrid, Ediciones Encuentro, 2003, pp. 76-77.
En la imagen, el Caballo de Troya en un esmalte francés del siglo XVI. Foto Varga/ARTEPHOT.
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