Habló Tariq Ramadán
Ya le echábamos de menos, al celebrado portavoz en Europa del islam presuntamente democrático, razonable y pacífico. Ramadán, el que calificó de “intervenciones” los atentados de Nueva York, Bali y Madrid, ha hablado sobre el conflicto de las viñetas en las páginas del Guardian, como siempre dando doctrina para incautos y tontos útiles. ¿Y qué dice en esta tesitura el oráculo Ramadán?
Muy sencillo. El oráculo, afirmando haber dado ya hace meses buenos consejos de serenidad y moderación “a los musulmanes daneses que lo denunciaron como ejemplo de racismo –una provocación capitalizada por la siempre creciente extrema derecha del país–”, sigue llamando al diálogo razonable desde una posición equidistante entre “los excesos” de “ambas partes”: en una están “gobiernos de Oriente Medio” deseosos de “robustecer su legitimidad islámica a los ojos del público”; en la otra, “políticos, intelectuales y periodistas” occidentales interesados en presentarse como “campeones” de la “lucha por la libertad de expresión”. Conflicto, pues, entre extremismos simétricos, ya que “tan excesivo e irresponsable” como “las demandas obsesivas de excusas, boicot a productos europeos y amenazas de represalias violentas, que son excesos que hay que rechazar y condenar”, es “invocar el ‘derecho a la libertad de expresión’ –el derecho a decir cualquier cosa, de cualquier manera, contra cualquiera”.
Agárrense, que viene curva: “La libertad de expresión no es un absoluto. En los países hay leyes que definen el marco de ejercicio de este derecho y que, por ejemplo, condenan el lenguaje racista. Hay también normas específicas propias de las culturas, tradiciones y psicologías colectivas de las respectivas sociedades que regulan la relación entre los individuos y la diversidad de culturas y religiones”. Es traducción literal.
Continúa: “Los insultos raciales o religiosos no reciben el mismo tratamiento en las distintas sociedades occidentales: dentro de un marco jurídico generalmente similar, cada nación tiene su historia y sus sensibilidades propias; el buen sentido exige reconocer y respetar esta realidad. La realidad es también que la presencia musulmana en las sociedades occidentales ha hecho cambiar su sensibilidad colectiva. En vez de obsesionarse por las leyes y los derechos –que bordearían un derecho tiránico a decir cualquier cosa–, ¿no sería más prudente instar a los ciudadanos a ejercer su derecho a la libertad de expresión de manera responsable, y a tomar en cuenta las diversas sensibilidades que componen nuestras sociedades pluralistas? No se trata de hacer nuevas leyes que restrinjan el alcance de la libre expresión; se trata simplemente de instar a la conciencia de cada cual a ejercer ese derecho con la mirada puesta en los derechos de los demás.”
Y acaba con la amenaza que no podía faltar: “Si las personas que aman la libertad, que conocen la importancia del respeto mutuo y son conscientes de la necesidad imperativa de establecer un debate crítico y constructivo, si esas personas no están dispuestas a alzar la voz, a ser más comprometidas y visibles, entonces cabe esperar días tristes y dolorosos. La elección es nuestra”.
Ahí queda eso. No se puede ser más claro en los propósitos del manejo deliberado de la turbiedad. Es el mensaje brutal que llevan dentro esta clase de cínicas invitaciones a la prudencia: “Yo respeto tus derechos. Pero hay otros –nada que ver conmigo, no creas– que te van a castigar si los ejerces. Por lo tanto, yo, por tu bien, te recomiendo que no los ejerzas.”
El nauseabundo Ramadán nos invita a la dhimmitud, porque si no... Y lo más nauseabundo es que estas amenazas se disfracen de discurso intelectual. Digámoslo bien alto y de una vez, aunque haya que seguir repitiéndolo hasta la saciedad:
1) Si de algo puede enorgullecerse el sangriento y torturado siglo XX, es de haber establecido la obligatoriedad, para todos, de respetar los derechos humanos.
2) Los derechos humanos son derechos individuales, no colectivos.
3) En cuanto ser humano, todo individuo tiene derecho a no ser perseguido por sus ideas. También tiene derecho a cambiar de ideas. El individuo no hace cuerpo con sus ideas; sus ideas son mudables, no son parte de él, como sus manos o sus orejas.
4) El individuo no tiene derecho –por lo tanto, nadie tiene derecho, porque lo único que realmente existe en la humanidad son individuos– a exigir respeto para sus ideas.
5) El individuo tiene derecho a defender sus ideas, y por lo tanto a responder, en el terreno de las ideas, a todo el que las ataque. Eso forma parte del derecho a la libertad de expresión.
El único y enorme problema está en que la ideología islámica no reconoce nada de eso, porque de hecho no reconoce los derechos individuales. Tampoco Tariq Ramadán los reconoce, cuando es capaz de hablar de un “derecho tiránico a decir cualquier cosa”. Es grotesco hablar de derechos tiránicos. Como es grotesco hablar de exceso y extremismo en la defensa de los derechos humanos. Como es grotesco calificar de racismo a un ejercicio de la libertad de expresión que no implique la incitación al delito o a la discriminación por motivos de raza.
También sería peligroso aceptar en este orden de cosas la dicotomía Occidente/islam. En la historia de la humanidad, no sólo en Occidente se ha predicado, se han contrariado ideas establecidas, se ha invitado a cambiar de opiniones y de creencias. La difusión del budismo en Asia es un buen ejemplo. Por cierto, ninguna población budista exigió represalias por la destrucción de los budas de Bamiyán a manos de los -muy muslimes- talibanes. ¿Son más condenables las viñetas del Jyllands-Posten que la voladura de los budas de Bamiyán?
Repugna tener que señalar estas cosas. Pero es bueno que las posiciones se sigan aclarando.
PD.- El Mundo del 10 de febrero publica el artículo del oráculo Ramadán.
Etiquetas: "islamofobia", Europa, islamización
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