2005/12/11

En la cochiquera

B.- ¿Qué estás haciendo, Martinito?
M.- ¡Aaah! Bernardino, demontres, no me des esos sustos. Aquí no se entra sin llamar. Por un momento he creído que... Figúrate si... Con todo esto por aquí en medio... Por un momento pensé que eras una oveja. Me ha dado una taquicardia... Me ha subido la tensión...
B.- No digas cosas raras, ¿cómo voy a ser una oveja? Aparte de que a ti las ovejas ya no te visitan, que yo sepa.
M.- Pues justamente por eso, Bernardino; porque a la primera que se le ocurra volver a asomarse por aquí, y si encima me encuentra con todo esto, pues estoy perdido, PERDIDO, Bernardino; y tú también de paso, como bien sabes.
B.- Vale, no lo volveré a hacer. ¿Pero qué es ese revoltijo?
M.- Estaba haciendo orden en el armario. En los fondos del armario, para ser exactos. Cosas del ayer. De cuando éramos lechoncillos.
B.- ¡Cosas que NO HAS TIRADO! ¿Cómo te atreves? Tú eres un insensato, Martinito.
M.- Ya lo sé. Pero no puedo, Bernardino, no puedo. Son lo único que me certifica que algún día fui inocente. ¿O no? ¡Éramos tan felices!
B.- Éramos ignorantes.
M.- Pues eso.
B.- Por culpa del colegio.
M.- Claro, del colegio donde nos hacían estudiar historia gocha... Pero también de la familia, acuérdate... ¿No te acuerdas de mi tía Flora, que cada vez que achuchaba al primo Manolito le decía: “¡Ay, mi rey moro!”?
B.- Espera que cierre bien la puerta. Sí, era muy cerda tu tía Flora. ¿Tienes por ahí alguna bellota garrapiñada?
M.- Las tienes en ese cajón. ¿Te apetece una copita?
B.- ¡Alcohol!
M.- No es nada, quina Santa Catalina. Abre las ganas de comer. Me la trae Rubén del reducto de infieles.
B.- Está rica, no va mal con las bellotas. Te sirvo.
M.- Gracias. Me hace bien. Ando sin apetito desde que sé que soy fascista. Fascista y racista.
B.- Te ha pasado lo que a Finkie. ¡Qué poco talante tenéis!
M.- Bernardino, ¿a ti no te ha deprimido nada saber que eres fascista y racista? Dime la verdad.
B.- Un poco, pero lo llevo mejor que otros.
(Fuera de la cochiquera se oye una fuerte explosión. Bernardino se asoma a la ventana. Martinito bebe otro sorbo de quina. )
M.- Cierra la ventana antes de que se nos llene esto de humo, porfa. ¿Andan por ahí las ovejas?
B.- No. ¿Cuál era aquella película de Resnais donde cada poco rato, ¡bum!, sonaba una reivindicación en el horizonte? ¿“Providence”?
M.- No, me parece que era “Je t’aime, je t’aime”. Je t’aime, Bernardino.
B.- Moi je t’aime aussi, Martinito.
M.- ¡Somos compis, somos coleguis, fuimos al mismo collège asquereux!
(Se oye una segunda reivindicación más fuerte que la anterior.)
M.- Escancia, Bernardino.
B.- ¿Seguro?
M.- Segurísimo. Y enchufa ese aparato, que vamos a poner música. (Revuelve en el montón.) No vas a creer lo que hay aquí. ¡Mira!
B.- ¡Martinito! ¡Rocco Granata! ¡Treinta años sin oírle! ¿Y esta era la mora, digo la magrebí?
M.- Ya ves tú qué guarra. Iría a un colegio parecido al nuestro.
B., M. y Rocco Granata desde el vinilo.- “Mi sono innamorato di Marina,
una ragazza mora ma carina;
ma lei non vuol saperne del mio amor:
cosa farò per conquistar suo cuor?
Un giorno l’incontrai sola sola,
il cuore mi batteva mille all’ora,
quando le dissi che la volevo amare,
mi diede un bacio e l’amor sbocciò, lalalala...”
B.- ¡Le besó la magrebí! ¡Qué fuerte!
M.- Sí, pero escucha, que él tenía decidido redimirla cuanto antes:
Rocco Granata desde el vinilo.- “Marina, Marina, Marina,
ti voglio al più presto sposar...
Marina, Marina, Marina,
ti voglio al più presto sposar...
O mia bella mora,
no, non mi lasciare,
non mi devi rovinare,
o no, no, no, no, no.”
B.- ¡Fantástico! ¡Viejos tiempos! Tienes razón, ¡qué bien nos lo pasábamos cuando éramos racistas inocentes!
M.- ¡Cuando cantábamos lo del moro Muza en las excursiones del collège asquereux!
B.- ¡Que salía de su tumba y bailaba la rumba!
M.- Y decíamos aquello de: “Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos; / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos”.
B.- Qué bestia eres, Martinito.
(Fuera las reivindicaciones se suceden sin interrupción.)
M.- ¿Era así o no?
B.- Sí, se usaba en las clases de mecanografía. Como lo de: “Niño llorón, / boca abajo y bofetón”. ¡Ni a la infancia nos enseñaron a respetar! ¡Qué educación tan siniestra! Con tu permiso, la última bellota.
M.- Eso te iba a decir. Conviene que vayas a ver si te han reivindicado la cochiquera. Otro día seguimos. Otro día te pongo a Bob Azzam.
B.- ¿También tienes el “Mustafá”?
M.- También: mira qué funda.
B.- Jopé.
M.- Pero con ese no hay problema, porque ya sabes que las ovejas le cambiaron la letra: donde decía: “Chéri je t’aime, chéri je t’adore, como la salsa de pomodoro”, pusieron: “Saddam te quiero, Saddam yo te adoro...”, y arreglado. El “Ya Mustafá” todavía vale, quitándole la funda, eso sí.
B.- No sé yo. Me preocupas. ¿Tú crees que haber ido al colegio en los sesenta nos serviría, llegado el caso, de atenuante?
M.- Pregúntale a Finkie si le ves. ¡Y no corras, Bernardino, que es peor!