2006/01/05

El tren Niza-Lyon y la censura de estado

¡Prodigioso! Hoy, 5 de enero, el redactor jefe del políticamente correcto Nouvel Observateur, Jean-Marcel Bouguereau, inicia un artículo con estas palabras: “¿Qué pasó realmente el 1 de enero en la línea Niza-Marsella? Sin duda habrá que esperar a una investigación para saberlo, hasta tal punto las diferentes autoridades parecen querer pasarse de unas a otras la patata caliente sobre los incidentes”. ¿Cómo dices, Juan-Marcelo? ¿Que para saber qué ha pasado en el asalto a un tren en el que viajaban 600 personas, con pillaje, toma de rehenes y abusos sexuales, asalto y desmanes de los que tu propio periódico publica una extensa cronología, hay que esperar a que la cábala de los políticos cocine su versión de los hechos? ¿No hay periodistas en Francia, Juan-Marcelo, para interrogar a testigos y víctimas? Juan-Marcelo, tú que sin duda eres de izquierdas y por lo tanto honrado y bueno, cuéntanos: ¿qué está pasando en Francia?

Al propio Nouvelobs se le ha escapado que dos de los tres únicos detenidos se llaman Aziz Ed Doubia y Ashraf Bouzizoua. Otros han sido más cuidadosos: Libération, por ejemplo, habla sólo de “jóvenes”, jeunes, lo de siempre. También gran parte de la prensa española: para La Vanguardia eran “gamberros”, para Europa Press lo que hubo fueron “alboroto” y “altercados”. ¡Cosas de jóvenes, incendiar, robar, intimidar, violar! Les jeunes. Como quien dice, “los chicos de la gasolina”.

A El País le ha faltado el canto de un duro para decir que todo estaba organizado por El Abominable (“los hechos parecen diseñados por un guionista de la extrema derecha”). Díganos, señor Cebrián: ¿por cuántos moros debe una dejarse violar antes que votar a Le Pen?

El lector hispano hará mejor en consultar sobre esto la prensa latinoamericana.

Como Le Figaro no radica en Cataluña, quizá pueda seguir saliendo a la calle después de publicar ayer un artículo, verdadera rareza entre los grandes medios franceses, en el que un joven de diecisiete años llamado Habib (¡hombre, Habib!) y residente en Draguignan declara, parece ser que a la agencia France Presse, que ya la víspera esos mismos “jóvenes” habían armado camorra en el tren de ida: “El sábado tomé el tren con unos amigos en Arcs para ir a Niza. A partir de las tres y media nos agredieron unos marselleses. Eran árabes. Nos dijeron que iban a Niza. Quisimos reaccionar pero nos dijeron que eran cuarenta y siete”, dice Habib. “Todo el rato decían que iban a hacer la hala [en árabe dialectal “armar la gorda” según la redacción de Le Figaro], que iban a hacer una carnicería en el tren para empezar el Año (...). Nos rodearon. Luego la tomaron con [otro] grupo (...). Luego empezaron a meterse con las chicas. (...) Nos amenazaron con [sprays lacrimógenos]. Nos dijeron que llevaban cuchillos. Para mí estaban organizados. Sólo uno, un negro, intentó meterles en razón, pero no le escucharon. Eso duró más de una hora, hasta que se bajaron en Niza. Al día siguiente preferimos hacer la vuelta por la tarde porque nos habían dicho que ellos volverían por la mañana, y no queríamos volver a verlos”, dice Habib.

Del explícito editorial de France-Échos de ayer 4 de enero, “De la censura de Estado al racismo de Estado... ¿hasta cuándo?”:
El asunto del tren Niza-París demuestra que hoy existe en Francia una verdadera censura de Estado. La pregunta es: ¿hasta dónde alcanza? ¿Cuántos “sucesos” de este género son minimizados y hasta censurados por los grandes medios bajo las órdenes del Estado? Y esta censura de Estado, que oculta un verdadero “racismo de Estado”, ¿no condena de antemano a sus promotores?
El asunto de la increíble razzia bárbara y racista en el tren Niza-París no ha sido revelado hasta pasadas más de 48 horas de los hechos. Si los primeros teletipos del martes por la tarde mencionaban el origen de las personas interrogadas (dos marroquíes, uno reincidente y el otro en situación irregular), en cambio todos los telediarios de la noche (France 2, France 3 y TF1) han silenciado cuidadosamente esas informaciones (...).
600 víctimas, un tren saqueado y apedreado hasta en la estación de Marsella, horas de pesadilla, escenas dignas de las razzias de Mahoma o de los peores guiones del Far West. Son hechos, confirmados por responsables de la SNCF y de la justicia.
¡Eso no pasa sin que nadie se entere! Y eso ha pasado el domingo 1 de enero, entre las 6 y las 9 de la mañana. El primer teletipo (el de la Agence France Presse) está fechado el martes 3 de enero de 2006 a las 15.03, es decir, 54 horas después de los acontecimientos.
¿Ningún testigo, ningún responsable (policía, SNCF, etc.), nadie de entre las 600 víctimas había hablado a un periodista sobre este horror? ¿Ningún periodista había oído nada, ninguno había indagado? ¿Por qué esperar dos días para dar información “de fuente judicial”, y en seguida minimizar los hechos?
Todo autoriza a pensar que ha habido censura, o autocensura, para cumplir la consigna de Chiraquilandia: “pas de vagues, pas d'emmerdes”. Y cuando por fin estalla el asunto, hay que darse prisa en enmascarar el origen de los malhechores.
¿Se trataba de no contradecir el credo oficial de que “la inmigración es una oportunidad para Francia”, o que, como ha dicho con otras palabras Jacques Chirac en su felicitación a los franceses, “la diversidad” es “una riqueza” para Francia? (...)
Pero ahí está la cosa: “se ha” decidido en las altas esferas un catecismo oficial, que va desde afirmar contra toda evidencia que el islam es “una religión de paz y tolerancia”, y que las acciones de guerra civil de 2005, desde Perpiñán hasta los “incidentes” (como se decía cuando la guerra de Argelia) de comienzos de noviembre, no son sino la manifestación de una “rebelión” de jóvenes “desfavorecidos”.
¡Falso y requetefalso! Asiáticos, portugueses o italianos, y hasta norteafricanos de primera generación, han conocido cosas mucho peores que las “cités” de nuestras periferias. Muchas de éstas han estado habitadas durante años por repatriados del norte de África, que lo habían perdido todo, y que sin embargo no han incendiado coches ni escuelas, no han violado a chiquillas en ronda, y no han escupido su odio sobre la República que les acogía, y que en cierta medida les había traicionado.
Son, pues, argumentos perfectamente falsos los que nuestros gobernantes echan por delante mientras minimizan y ocultan a los franceses no sólo el análisis de las verdaderas causas de esta guerra étnica y religiosa que no termina, sino igualmente los “sucesos” que jalonan su evolución. Y se llega a acusar de “racismo” a quienes tengan la valentía de establecer la menor correlación entre inmigración y chusma, o entre islamización y delincuencia, siendo así que todos los informes, hasta los oficiales, les dan la razón.
El asunto del tren Niza-París demuestra claramente la censura y la propaganda del Estado. Y muchos otros (...), como el de esos ministros que se atreven a sostener que la noche de San Silvestre ha “transcurrido bien”, cuando se han incendiado (oficialmente...) 425 coches de ciudadanos franceses, un 30 % más que el año pasado, y ello a pesar de un formidable despliegue de fuerzas de la policía y de la gendarmería.
Ese endurecimiento de la censura y de la propaganda, que empiezan a recordar a las que se hayan podido conocer bajo regímenes totalitarios o en las horas más sombrías de la historia del siglo pasado, refleja el desprecio total de nuestros dirigentes hacia el pueblo de Francia. Pero llega a ser tan caricaturesco que cada vez es mayor el número de nuestros compatriotas que ya no creen en ese catecismo del Estado, como demuestran los sondeos. Esa toma de conciencia se acelera porque cada día los desmanes de la gentuza y de los barbudos afectan a más franceses: hoy se roba, se viola y se saquea hasta en nuestras pequeñas localidades de provincia, hasta en nuestros pueblos.
La pregunta que cabe hacerse es la siguiente: ya que se oculta la realidad a los franceses, ¿hasta dónde llega esta censura de Estado? ¿Cuántos “sucesos” sangrantes son voluntariamente ocultados por la prensa nacional y sólo reciben algunas líneas en periódicos locales? ¿Cómo es posible, por ejemplo, que un horrible caso de esclavismo sexual de menores en la banlieue de Lyon, mucho peor que los casos de pedofilia que son portada en los telediarios, haya sido totalmente ocultado, excepto por Lyon Mag? ¿Es porque la red organizadora estaba formada por personas “procedentes de la inmigración”?
Porque ése es el fondo de la cuestión: es muy curioso que esta censura de Estado se ejerza sobre los “sucesos” que implican a CPF (“Chances Pour la France” [Oportunidades para Francia], como se dice irónicamente), la mayoría de las veces de origen musulmán, y designados sistemáticamente con la palabra “jóvenes” sin más precisión. De modo que son actos racistas antifranceses o antiblancos lo que se pretende enmascarar o minimizar, y de esto nuestros gobernantes se han hecho cómplices, en alternancia con los voceros del MRAP, de la LDH y compañía, que les ayudan a linchar mediáticamente, e incluso a acosar jurídicamente, a todo el que se atreva a quebrantar la omertà.
La censura de Estado oculta, pues, lo que se podría llamar un racismo de Estado, y, colmo de prevaricación, un racismo dirigido contra el propio pueblo de Francia, incluidos los extranjeros e hijos de extranjeros que verdaderamente suscriben los valores de la república (...).

El execrable racista/reaccionario que pueda, lea el resto. Aquí no nos resistimos a citar también uno de los comentarios anexos:
La diferencia [con los antiguos países comunistas] es que los franceses han creído y siguen creyendo que son un país libre donde la prensa es libre. En el este el lector de Pravda no era idiota: sabía que era propaganda y que había que leer entre líneas. En la época de Solidarnosc en Polonia, la gente hacía alarde de pasearse por la calle a la hora del telediario: una forma de resistencia pasiva que contribuyó a la caída de aquellos regímenes. Pero en Francia “ellos” serían capaces de implantar el toque de queda entre las 20 y las 20.30 con control de presencias frente a la tele.

Finalmente, el blog Présidentielles 2007 recoge, vía AFP, declaraciones de la chica agredida en el tren: cuenta, con un ojo morado, que acababa de subir en la estación de Arcs cuando la rodearon “entre veinte y treinta jóvenes”, magrebíes, negros y blancos, todos borrachos, que empezaron por robarle todo lo que llevaba antes de pasar a los golpes, los insultos y lo demás, que no quiere detallar: “Ya no me sentía ser humano, estaba reducida al estado de objeto, lanzada de unos a otros”.

Y añade el bloguero: “Esta chica encantadora es Marianne, es la República violada, escarnecida, traicionada por treinta años de verdadera izquierda y falsa derecha en el poder... (...). Esta historia es emblemática porque muestra que para los franceses la seguridad es un juego de ruleta rusa: no haber estado en tal barrio en tal momento o no haber tomado aquel tren. El Estado es incapaz de ofrecer un nivel de seguridad homogéneo en el conjunto del territorio (...). Es fácil descuidar la seguridad cuando se vive en un barrio tranquilo, cuando no se utiliza jamás el transporte público. (...)”

Europeos, parece que suena el despertador.

Etiquetas: ,