2007/03/12

Así se forma un régimen totalitario

El laborista británico R. H. S. Crossman explicaba de este modo lo que hoy vemos, ya en 1939:

Los nazis justificaron la destrucción de la República de Weimar por el fracaso de la democracia alemana, pero una de las principales causas de ese fracaso fue la decisión de los nazis de impedir que funcionara la democracia. Lo mismo puede decirse de la actitud de los bolcheviques hacia la Asamblea Constituyente en Rusia. Pero ni siquiera los nazis y los fascistas empezaron siendo completamente totalitarios. Es frecuente que al principio el partido que logra el poder solamente pretenda liquidar a sus oponentes específicos, manteniendo el derecho de discusión y de participación en el gobierno para sus partidarios y los grupos que le son afectos. Así hicieron indudablemente los bolcheviques en el periodo que termina con la muerte de Lenin. En Italia Mussolini necesitó muchos años para completar su autocracia. El totalitarismo no es un fin en sí mismo. Más a menudo es la consecuencia de la determinación de tolerar la crítica..., pero únicamente la "crítica constructiva".

Se comienza por la monopolización del poder político, se sigue por la liquidación de los contrarios, y, cuando se termina, el Estado se encuentra convertido en un Estado totalitario. Al destruir a la oposición y eliminar cualquier gobierno alternativo que pudiera sustituirlo por vía electoral, la representación del pueblo se centraliza en un único partido, y éste se convierte en vehículo tanto para difundir hacia el pueblo los puntos de vista del régimen como para hacer llegar a éste las quejas y descontentos del pueblo.

Pero la destrucción de la oposición política nunca es en sí misma una garantía suficiente. Porque inmediatamente que se lleva a cabo, la oposición se hace subterránea y penetra en todas las organizaciones apolíticas. Los sindicatos, las iglesias, las asociaciones deportivas y hasta las simples reuniones amistosas en casa particulares se convierten en centros de descontento político, y, como se ha prohibido la oposición constitucional, fácilmente resultan subversivos. Así, un movimiento que se inicia con la intención de eliminar solamente a los enemigos declarados se ve obligado a suprimir toda forma de asociación voluntaria, o colocar ésta bajo el control directo del Estado. Este proceso, que se conoció en la Alemania nazi con el nombre de Gleichschaltung (literalmente, alinear), va inevitablemente acompañado de un crecimiento de la política [? ¿errata por "policía"?] secreta.

Una vez que se ha efectuado ese paso, resulta claro que la prensa, el cine y la radio, y todas las formas de la literatura y hasta de la investigación académica deben organizarse de modo similar. Se suprime todo debate, ya sea hablado o escrito, y ello afecta incluso al sistema educativo, reemplazado por una propaganda estrictamente centralizada. Cuando se llega a estas condiciones se puede reintroducir el plebiscito , y aun instituciones democráticas.

El proceso a que nos venimos refiriendo es la tarea más dificultosa de todas aquellas con que tienen que enfrentarse los amos del Estado totalitario. Se hace necesario eliminar a numerosos individuos cuyas cualidades resultaron muy útiles en los días de la lucha, y son, por regla general, los miembros de la llamada "vieja guardia" los que deben desaparecer. El partido se transforma gradualmente , de ejército militante en una vasta jerarquía de funcionarios que en muchos casos no hace sino duplicar la maquinaria administrativa. Excepto en casos de idealismo, se observa que el logro de un puesto seguro es un remedio contra el descontento político.

Pero también debe colocarse en línea otro factor más de la vida nacional. Dentro del Estado democrático el poder judicial podía conservar cierta independencia, porque su objetivo era la prevención del poder despótico. Pero en el Estado unipartidista tanto el derecho como los jueces que lo interpretan pueden llegar a parecer "obstruccionistas". Entonces, de la misma manera que la educación y la religión, ellos también deben ser alineados, y la ley, en lugar de ser la defensa contra un poderío arbitrario, se convierte en otro instrumento para la realización de la Voluntad General.

Toda institución del Estado totalitario surge del hecho de que se estableció no para facilitar el cambio pacífico, sino para destruir a los adversarios. Cada nuevo avance de la centralización y de la extensión del control hace más difícil impedir el próximo, hasta que al fin la nación se encuentra dividida en dos clases, la jerarquía rectora y el pueblo.

Esto no significa que las masas se encuentren necesariamente descontentas, porque en realidad la destrucción de las libertades civiles de los partidos políticos sólo afectó a una pequeña minoría de individuos políticamente conscientes, y a aquéllas se les ofrecen en cambio multitud de servicios sociales que el Estado de un solo partido puede y debe realizar, y cierta seguridad en sus empleos que el control estatal de la economía hace posible. Para los millones a los que la libertad política mantenía sin trabajo y con escaso auxilio, el nuevo régimen, a pesar de su espionaje, no resulta inaceptable.

De R. H. S. Crossman, Biografía del Estado moderno, México, FCE, 1977, pp. 306-308; originalmente, Government and the Governed (A History of Political Ideas and Political Practice), Londres, 1939. Hemos cedido a la tentación de mejorar algo el estilo de la traducción mexicana.


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2007/03/02

Redeker y la Francia servil (y III)

No es fácil desengancharse del show pornozetapetarra -"A la cama con De Juana", "Sírvele a Chaos más sobaos" y otros célebres gags, o sea guaags-, pero antes de volver al desastre nacional vamos a cerrar esta pequeña glosa del caso Redeker.

El motivo del debate en France3 fue la publicación del libro Il faut tenter de vivre, donde Robert Redeker relata sus experiencias de rata de alcantarilla por la osadía de censurar el islam a cara descubierta. Un buen artículo de Carlos Semprún recapitula la historia y comenta el libro; vale la pena reproducir un par de párrafos:

Quedan algunas cuestiones graves, que el libro no zanja de verdad: aunque Redeker muestra de manera espeluznante el pánico que suscita el islam en Francia, y peor aún, la solidaridad con el terrorismo islámico de buena parte de la izquierda, por antiyanquismo, antisemitismo y antiliberalismo ("Cada día que pasa, más me doy cuenta de la gravedad de la corrupción intelectual y moral que pudre a la izquierda de este país", escribe el profesor perseguido), no nos dice si todos los que le defendieron –no fueron muchos– lo hicieron sólo en nombre de la libertad de expresión o eran, además, conscientes del peligro islámico que se extiende por Francia.

Defender la libertad de expresión es, desde luego, indispensable, no se puede transigir, pero, esos mismos que han reafirmado ese sagrado principio de la democracia, ¿son conscientes del peligro del totalitarismo islámico? Lo dudo. Y es que he leído y oído (hasta en el comunicado oficial de Le Figaro, tras el escándalo) demasiadas declaraciones del tipo: "No estamos de acuerdo con Redeker", "pero exagera", "pero se equivoca profundamente", "pero..." ¿Las amenazas de muerte que recibe son un crimen o sólo "faltas de educación"?

Semprún habla de (in)consciencia, Redeker de corrupción intelectual. Seguramente se trata de ambas cosas, pero de lo segundo en particular hay dos ejemplos muy instructivos en el citado debate de France3. Ahí son sobre todo dos interlocutores quienes discuten con Redeker, en el doble sentido de debatir con él y llevarle la contraria: los escritores Henri Pena-Ruiz y Abdelwahab Meddeb, el primero presentado como "filósofo" y el segundo como "ensayista y poeta", el primero una especie de autoproclamado apóstol de la laicidad, el segundo (musulmán de origen) un "crítico radical del islam" según sus propias palabras. Evidentemente dos "intelectuales", que en el debate compiten por ver quién de los dos defiende con mayor vehemencia el derecho de Redeker a escribir lo que le parezca, aunque -faltaba más- no estén de acuerdo con lo que escribe. Hay que reconocer que fueron bien elegidos como representantes de sendas posiciones que aparecen con enorme frecuencia cada vez que se habla de la ofensiva islamista, y por eso nos parece interesante citarles aquí.

La tesis de Pena-Ruiz es bien simple: en las tres religiones "del libro" (es decir, el judaísmo, el cristianismo y el islam; conviene recordar que esa denominación es islámica) hay invocaciones a la violencia y a la paz; lo que ha hecho Redeker en su artículo al decir que el Corán es un libro de violencia inusitada y contraponer las tres religiones a ese respecto (había escrito Redeker: "Mientras que el judaísmo y el cristianismo son religiones cuyos ritos conjuran la violencia, la deslegitiman, el islam es una religión que incluso en su texto sagrado, así como en algunos de sus ritos banales, exalta la violencia y el odio") no es más que una lectura selectiva. Igual de violento, si vamos a eso, es el Antiguo Testamento. También el judaísmo puede inspirar la violencia. También el cristianismo: los "cientos de miles" de víctimas de la Inquisición lo fueron sobre la base de la alusión de Jesús a la quema de la cizaña.

Hay que ser un tipo realmente original para atribuir las acciones de la Inquisición a la parábola de la cizaña; véala el lector en Mateo 13, 24-40, y juzgue por sí mismo. Lo corriente, en cambio, el tópico manido, es afirmar que, si es innegable la carga de violencia que hay en el Corán, ¡también la hay en el Antiguo Testamento!

Aunque tratando acerca del islam hay que recordar siempre que tan normativos como el Corán son los dichos y hechos de Mahoma, ese "bello modelo" para la humanidad cuyas acciones sangrientas -la ejecución en masa, el asesinato por encargo- no censuraron sus primeros biógrafos, de modo que la referencia exclusiva al Corán puede ser deliberadamente engañosa, lo cierto es que en cuanto a violencia el libro sagrado islámico no defraudará a poco que se hojee, mientras que para encontrar algo paralelo en la Biblia hebrea sí que hay que buscar. Facilitémoslo. La lista de pasajes más exhaustiva podría ser ésta: Números 31, 7-17; Deuteronomio 2, 33-34; 3,6; 20, 13-18; Josué 6,21 y 24; 8, 24-25; 10, 2-40; 11, 11-23; Jueces 5 y 6; 1 Samuel 15, 3-9; 27, 8-11; 1 Reyes 18, 40; 1 Crónicas 5, 22.

La mayoría de esos pasajes no son prescriptivos sino históricos, y no parece que se pretendiera construir sobre ellos las pautas de comportamiento habitual del pueblo de Israel. En cuanto al judaísmo post-exílico, o lo que normalmente se entiende por judaísmo como tradición religiosa que ha perdurado a lo largo de los siglos hasta el presente, la verdad es que un "intelectual" como Pena-Ruiz tiene que ser bastante desvergonzado para atribuirle inclinaciones violentas. Pero nunca fue tan fácil mentir en público impunemente como lo es hoy frente a una cámara de televisión.

Pasemos a la otra variedad de corrupción intelectual, la representada por el tunecino Abdelwahab Meddeb. Meddeb utiliza el socorrido juego de manos de embarullarlo todo mezclando a conciencia la doctrina llamada islam con el grupo de población llamado islam (¡que todavía estemos en esto, santo Job!). Quienes nos hemos criado en el islam no somos monstruos, repite incansablemente; ¡yo no me siento monstruo!, como si el artículo de Redeker hablara de monstruos y pretendiera ser un retrato de Abdelwahab Meddeb. Asegura también "no hablar desde la fe", y haber bebido en Spinoza y Nietzsche y sostener una visión radicalmente crítica del islam, que es justamente lo que el islam necesita en esta hora difícil de su historia, en la que el islam aparece "contaminado" por ese "mal absoluto" que es el islamismo.

Meddeb es el tipo ideal para desempeñar en esta clase de debates populares el papel del musulmán civilizado y moderno. La trampa está en que se presenta como la voz de un posible islam moderado sin revelar sus cartas, sin aclarar si realmente cree que Alá es el único dios y Mahoma su profeta y cómo se come eso con Spinoza y Nietzsche, o si su condición de musulmán consiste en la pertenencia a una familia y una cultura y punto. En otras palabras, defiende el islam sin explicitar qué es lo que defiende; repite que es "muy complejo" y que no es monolítico, cosa que referida al grupo de población "musulmanes" ya sabíamos, pero que al no instruido le dejará la idea, peligrosa o conveniente según para quién, de que hay muchas variedades de la doctrina islámica, y que por lo tanto es injusto condenar o rechazar el islam, o en cualquier caso muy complicado, así que mejor dejarlo.

Ante personas como Meddeb sería oportuno decir que si no piensan hablar con claridad no deberían arrogarse el papel de portavoces de nada. Siempre será difícil saber si van de buena fe por el mundo o no. Pero lo de veras importante para evaluar su testimonio, que puede ser tan persuasivo y tan humano y tan simpático, es recordar esa circunstancia capital que los no musulmanes olvidamos siempre, a saber, que el islam es un castillo de Irás y No Volverás, que en principio un musulmán no puede dejar de serlo, no puede ir por ahí pregonando su escepticismo o su apostasía, que para la comunidad islámica es lo mismo: un delito imperdonable de escándalo para el resto de los creyentes. Tener presente, en fin, que un Abdelwahab Meddeb podrá declararse el más crítico de los musulmanes pensantes en un debate de France3, pero si declarase no creer en la misión profética de Mahoma sería lo más prudente que abandonara el plató del brazo de Robert Redeker..., camino de una clandestinidad compartida.





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